No es novedad que la derecha conservadora, especialmente en las potencias occidentales, mantenga una actitud de superioridad moral y cultural hacia las naciones del llamado Tercer Mundo. Lo que sí resulta alarmante es cómo, en pleno siglo XXI, esta arrogancia se disfraza de política interna y termina por revelar rasgos de un pensamiento fascista e imperialista que creíamos superado.
El reciente incidente entre España y la República Dominicana es una muestra más de esta mentalidad colonial que, lejos de desaparecer, se adapta a los nuevos tiempos.
El Partido Popular (PP), principal fuerza opositora en España, decidió utilizar imágenes de las playas dominicanas para caricaturizar a sus rivales políticos del Partido Socialista, asociándolos con la corrupción bajo el título «Isla de las corrupciones».
Más allá de la torpeza política y la falta de creatividad, lo que subyace en este acto es una visión profundamente despectiva hacia la República Dominicana. No solo se instrumentaliza la imagen de un país soberano, sino que se reduce su identidad a un mero escenario de frivolidad y deshonestidad.
El Gobierno dominicano, con toda razón, rechazó de manera contundente este vídeo, calificándolo de inaceptable. Y es que, ¿qué otra cosa puede ser cuando se desnaturalizan los símbolos patrios de una nación para usarlos como arma arrojadiza en disputas internas de otra? La respuesta del PP, con su pedido de disculpas tardío y forzado, no hace más que confirmar la falta de sensibilidad y respeto hacia un país que, como muchos otros en América Latina y el Caribe, ha sido históricamente víctima de la mirada condescendiente y colonialista de Europa.
Lo más preocupante de este episodio no es el error en sí, sino la mentalidad que lo sustenta. La derecha española, al igual que otras derechas en potencias occidentales como los Estados Unidos, sigue operando bajo la lógica de que hay naciones de primera y de segunda categoría. Para ellos, el Tercer Mundo no es más que un recurso explotable: ya sea para el turismo, la extracción de recursos o, como en este caso, la propaganda política barata. Esta actitud no solo es moralmente reprobable, sino que también refleja un desprecio por la dignidad de los pueblos que, supuestamente, deberían ser tratados como iguales en un mundo globalizado.
No podemos ignorar que este tipo de acciones tienen un trasfondo ideológico peligroso. La instrumentalización de la imagen de un país caribeño para fines políticos internos no es muy distinta de las prácticas imperialistas que, en el pasado, justificaron la dominación y explotación de territorios enteros bajo el pretexto de la «civilización» y el «progreso». Hoy, aunque el lenguaje haya cambiado, la esencia sigue siendo la misma: una superioridad autoimpuesta que niega la autonomía y el respeto que merecen todas las naciones, sin importar su tamaño o su poder económico.
Pedro Sánchez, presidente del Gobierno español, ha pedido disculpas y ha expresado su «vergüenza» por el incidente. Sin embargo, esto no basta. Lo que necesitamos es un cambio profundo en la forma en que las potencias occidentales, y especialmente sus élites políticas, se relacionan con el resto del mundo. La derecha conservadora, en España y en otros lugares, debe abandonar su mentalidad colonial y entender que el mundo ya no tolerará sus pretensiones de superioridad.
La República Dominicana, como cualquier otro país, merece respeto. No es un escenario para los juegos políticos de nadie, ni un símbolo de corrupción porque a algún partido se le ocurra usarlo como chivo expiatorio. Este incidente debe servir como recordatorio de que el fascismo y el imperialismo no han desaparecido; simplemente han cambiado de forma. Y es nuestra responsabilidad denunciarlos y combatirlos, en todas sus manifestaciones.
La derecha española, y todas las derechas que piensan igual, deberían tomar nota: el mundo ya no les pertenece.
Con información de Noticias SIN